¡Más madera!

miércoles, 3 de agosto de 2011

CRONÓMETROBUDÚ El Número Plateado

Hace pocos días llegó a mis manos el cuarto disco de una banda amiga, hermana, con la que he ido creciendo y evolucionando como han hecho ellos desde hace ya unos quince años. No podía hacer menos que hablaros de este lanzamiento que quizá alguno ya conozca, ya que han tenido a bien regalarlo a todos los lectores de Heavy/Rock Estatal, cuyo octavo número (en el que yo no he tenido nada que ver, para quien conozca mi implicación en los siete previos) incluye ‘El Número Plateado’.
 
Curioso título, estaréis pensando, al menos yo lo hice cuando me lo comentaron. Esta banda es así, ya desde su nacimiento y bautizo con un nombre que decía mucho de su filosofía, el tiempo y la magia unidos, sería una buena forma de definir lo que hacen estos chicos.

Hace tiempo se inventaron su propia etiqueta para calificar su estilo musical, “poder rock” lo llamaron ante la imposibilidad de incluir al grupo entre las tendencias existentes. Sigue siendo cierto, aunque ya haya quien intente meterlos en determinados sacos de bandas, Cronómetrobudú sigue presumiendo de una originalidad innegable que este nuevo trabajo no hace más que refrendar.

Quince años decía antes. Recuerdo que en una de las últimas crónicas que escribí sobre ellos para Heavy/Rock, cuando ya conocíamos la noticia de la remodelación que sufriría la formación de la banda, hice referencia a esa cifra comparando sus efectos en el ser humano. Quince años, una edad de cambios, de afrontar cierta madurez… y no me equivocaba.
Para quienes no sepan de lo que hablo apuntaré que el grupo no hace más de un año que presenta su formación actual, habiendo llegado a estar compuesto por hasta siete personas: batería, bajo, guitarras, voz, flauta y violín. La banda ha reducido personal eliminando una de las guitarras y la flauta, cambiando a su vez algunas fichas que nos dejan con dos flamantes fichajes: Pablo Rodríguez al bajo e Iván “Nitro” Cuellar a la guitarra acompañando a los ya veteranos Oscar Calvo (violín), Roberto de Vega (batería) y el miembro fundador Javier Castro (voz).
¿Ya estamos situados? Bien, sigamos.

Cronómetrobudú no es solo una banda de rock, no, hablamos de toda una forma de entender el arte, la vida, el pensamiento, canalizada en una expresión musical que va más allá. Por  eso valorar sus creaciones o sus actuaciones requiere al menos dos puntos de vista: el primero es que se puede disfrutar al máximo y exprimir cada nota de sus composiciones fijándose en ritmos, riffs, solos, melodías… pero el segundo, el más profundo, nos lleva a un viaje que pocas bandas te pueden ofrecer. Miles de referencias musicales, actuales, clásicas, internacionales; referencias filosóficas; textos que consiguen encriptar la vida de su autor para presentárselos a tu libre interpretación; la mezcla de energía y libertad que es el rock… al final es eso, rock, rock cargado de originalidad, que hace falta.
Vamos al disco, que me lío, me lío…

Empezaré por las impresiones generales que me ha dejado después de muchas escuchas.
La verdad es que el disco entra a la primera, pero es cierto que cada escucha posterior me sigue abriendo nuevos caminos, sin ser por ello uno de esos discos que hay que digerir despacio durante semanas.
Lo primero que nos llega es el cambio al que antes me refería en términos de miembros y demás. El cambio va más lejos, toda la actitud que transmitía el grupo ha girado unos cuantos grados (no me atrevería a decir el número exacto), perdiendo parte del carácter original en el que había espacio para abrir ventanas al optimismo más festivo e incluso al sentido del humor. Esta vez la mayor parte del tiempo las ventanas están cerradas, la luz parece venir de velas que agotan sus últimas fuerzas, el aire empieza a pesar… no son estos tiempos para la alegría sin sentido, pero sí para el rock y dentro del rock hay mucho sitio para hacer MÚSICA, así, con mayúsculas. Pero tranquilos, que no faltan poderosas ráfagas que abrirán agujeros para que entre la luz y el aire fresco.
En esa música nos llegan nuevas líneas y efectos de bajo, una batería dispuesta a sostener cualquier tipo de acometida y participar en la elaboración de nuevos caminos para que el muro de guitarras, que otrora se dedicaba casi en exclusiva al trabajo de contención, se complemente con el violín a la hora de hacer solos, miles de dibujos nuevos y contrastes sin perder de vista su labor de apisonadora rockera. Sobre estos tenemos la inconfundible voz de Javi, que disco a disco, como el propio grupo, sigue su constante evolución y búsqueda del zapato de cristal que se ajuste a su pie… y para mi gusto lo ha encontrado en la faceta más melancólica de este álbum.
Ambientaciones, programaciones electrónicas, colaboraciones estelares y otras no tan conocidas, pero más efectivas… todo eso nos vamos a encontrar al dejar sonar nuestro reproductor con este disco trabajado entre el propio grupo y las cabezas y manos de Carlos Escobedo y Alberto Seara (ahí es ná).

“Quijotes de Cristal” es el tema que abre el álbum. Se podría decir aquello de “la primera en la frente” al recibir piano y violín dentro de una atmósfera que acompañará todo el tema y que parece llevarnos a los tiempos del añorado y cálido vinilo.
La voz de Javi nos envuelve como nunca creí que me gustaría que lo hiciera y nos mete en un tema que puede parecer clásico pero que empieza a llenar de destellos nuestra cabeza con un estribillo adictivo (lo que será una constante en el disco), el caminar paralelo del violín y el espectáculo que es cuando la música clásica se electrifica, en este caso introduciendo en la canción el Verano de Vivaldi con maestría, totalmente integrado. No se puede empezar mejor.
El grupo vuelve a demostrar con “Teoría de la In-volución”, como ya ha hecho en varias ocasiones, su gusto por el mundo oriental a manos del laúd del amigo Amir John Haddad (con el que contaron en “Vuelve a Respirar” de ‘Dosceroceroinfinito’, su tercer álbum), creando un tema lleno de fuertes contrastes que puede resultar más difícil de digerir, pero también de los más interesantes.
Un arpegio de guitarra, no exento de ambientación, nos introduce en el tema que da título al disco. Diría que uno de los más destacados si no fuera porque tendría que decirlo en casi todos ellos. Sutileza y contundencia se dan la mano y caminan alternándose el timón, como se alternan los solos de guitarra y violín con un estribillo que da gusto que se te clave en el cerebro desde el primer momento, con delicadeza, eso sí.
“El Mapa” se abre con bajo y guitarra vibrando juntos y unos pasos que dirigen a un tema más duro, más directo, en el que se exprimen recursos por todas partes: armónicos usados con cabeza, el juego del violín con la guitarra y esta a su vez con la base rítmica, y otro estribillo que abre una ventana que llena de luz la habitación creciendo, subiendo y subiendo, hasta el contundente final de un corte fantástico.
Una de las sorpresas del disco llega con “La Suerte”, que comienza con la interpretación del tenor David Ruiz y la colaboración de Moha (Mägo de Oz). La voz del tenor nos da la pauta a seguir por el tema para crear (otra vez) un contraste dulce/salado de voces sobre la línea melódica que domina el tema. Eso sí, cuando te acomodas te rompen con pasajes más agresivos y juegan con el oyente con un sinfín de entradas y salidas. Otro acierto.

Llegamos al ecuador del álbum y las sorpresas no dejan de caer, esta vez llegando al límite de la faceta melancólica del grupo. Tenemos a Javi casi susurrándonos la historia de “La Loca de La Estación” acompañado “solo” por la Orquesta Estigia (vamos ya) sumergiéndonos en una atmósfera hipnótica para romper la línea del disco y prepararnos para lo que queda, que no es poco.
“En Mi Jardín”, la primera vez que la escuché creí que abriría el disco por el parecido de su inicio con “Madre Tierra”, del disco anterior, pensaba yo en algún tipo de unión, pero no, al final, ya con la entrada de la guitarra, casi me recuerda más a “Diez Años” de Sôber, con quienes el parecido en algunos momentos es innegable, pero en ningún caso podemos hablar de uno de tantos clones que por ahí circulan con la enorme cantidad de detalles originales que nos ofrecen los burgaleses. ¿Había mencionado que Cronómetrobudú son de Burgos? Dicho queda para quien no lo supiera.
Siguiendo en el tema, nuevamente sería de los que llevarían el título de destacados por muchos aspectos. Javi vuelve a encontrar su mejor posición para disparar su voz, la/s guitarra/s abrazan ahora el metal con destreza, alternando con rock rasgado cuando es menester, y el violín no se queda atrás; batería y bajo asoman nuevamente la cabeza para destacar por encima de la labor rítmica, llevando el peso en las estrofas para ir creciendo el tema hacia el estribillo… y encima nos sorprenden con una ráfaga de “In The Hall of The Mountain King”, pieza clásica más que conocida popularmente, (extraída de la obra de Edward Grieg, Peer Gynt) que tan bien se lleva con el rock (desde la ELO o Rainbow la lista de gente que la ha utilizado es larga). En definitiva otro gran tema que nos lleva a encauzar la parte final del disco.
Parte final con cuatro temas en los que seguiremos descubriendo más y más facetas de una banda cuya calidad ya debería haber convencido a todo el que se acerque al disco. Primero tenemos la versión de “La Trampa” de los asturianos Biotech, que la verdad es que se nota que se cuela en la dinámica del resto de las canciones, pero no desentona y aporta fuerza rockera, un carácter más directo con el que el grupo se sigue luciendo.

Si todo el disco nos va presentando algún que otro aporte electrónico llegamos ahora a los dos temas en los que la electrónica es protagonista (sin pasarse tampoco). En ambos la banda ha recurrido a la sabiduría en estas labores de otro grande de la música burgalesa, Pure Hemp, artista electrónico que ha dejado su sello en “La Flor del Tiempo” y “Revolución”. El primero nos vuelve a sumergir en ambientes orientales, quizá sea el corte más experimental, participando dentro de esos aires árabes otro colega como es Manu Reyes, el actual batería de Sôber. Que nadie se asuste, que guitarra y batería siguen dando buena cuenta de la canción y cuando hablamos de electrónica lo hacemos de “música electrónica”, no de ritmos lejanos al rock, sino de sonidos que suman a este un toque de modernidad. No en vano el encargado de ello, Pure Hemp, es un gran seguidor del rock y el metal y se nota en el trato dado también a la intensa “Revolución”.
El final del disco es el remate que nadie se espera. Una bomba, así se terminan las cosas. “La Ecuación”, un temazo rockero, directo, guitarrero, sin paños calientes, eso sí muy actual, en el que, para no perder su estilo, no se cortan en meter pasajes intermedios que contrasten (un poquito de rap para los nostálgicos de una faceta perdida del grupo, folk…), pero hasta el final llegamos agitando la cabeza al límite. El mejor final posible para un disco impresionante, que te hace vibrar, te hipnotiza, te divierte, te hace reflexionar incluso, pero por encima de todo te hace disfrutar de el amplio abanico de música que se esconde tras esas cuatro letras, rock… poder-rock, para ser exactos.
Acabará atrapando a todo el que le preste un mínimo de atención.

Por cierto, antes me refería a Cronómetrobudú como toda una expresión artística y seguro que alguien pensará que me he pasado... bien, sólo tenéis que acercaros al libreto del disco (se puede hacer también desde su web) y si el propio diseño de portada y libreto; el alfabeto alfanumérico; la portada escondida que solo se ve en la oscuridad (según la versión que tengas) y la galería de arte (literalmente) en la que han colaborado distintos artistas exponiendo sus ideas del concepto del álbum no te parecen justificación suficiente para lo dicho... ¡háztelo mirar!
(…y está al caer el video dirigido por Juanma Bajo Ulloa!!!)

1 comentario:

  1. Joder Jorge,te has metido en nuestra piel para diseccionar el disco. Esperaremos a encontrar una crítica más acertada con el modo en que hemos afrontado este trabajo, pero ya digo aquí, que dudo que aparezca.
    La piel de gallina,un abrazo.
    Javier Castro.

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