¡Más madera!

lunes, 18 de julio de 2011

SONISPHERE 2011: SPAIN IS DIFFERENT


Después de una necesaria jornada de reflexión en la que me dediqué a ver lo que se han apresurado a publicar diversos medios, entre los que me he encontrado de todo (lo de RollingStone no tiene nombre…), y a curar literalmente las heridas producidas en el festival, ahí va lo que este humilde servidor vivió el pasado fin de semana en Getafe.
 
Para empezar tengo que decir que tanto la organización como las bandas me dejaron miles de sensaciones diferentes a medida que el festival avanzaba y lejos de querer hacer una crónica, pues no fui para eso, me gustaría centrarme en esas sensaciones.

Lo primero que hay que destacar es el ambiente que se respiró desde el primer hasta el último segundo en el festival. Uno que ya ha pasado por muchos de estos eventos pocas veces se encuentra con la familiaridad que se creó entre todos los asistentes, algo que se crea cuando todos vamos a lo mismo, con una acampada reservada para quien ha pagado su entrada y viene a exprimir cada céntimo transformado en vivencias, y un cartel (además del precio) que alejaba a curiosos y… animales de compañía.

Una vez que los amantes de la mejor música ya estábamos todos allí empezamos a ver las lindezas de la organización, que como viene siendo habitual en nuestro país ha escuchado campanas pero no sabe dónde exactamente. Me refiero a la cantidad de chorradas que nos encontramos, como los túneles de agua (que en la mayor parte del tiempo solo fueron de airecillo), o la zona de reposo que parecía sacada de un chiquipark, detalles que en los festivales europeos suponen una verdadera mejora de los servicios ofrecidos al público y que en este caso solo servían para hacernos pensar en que otra barra, dispensador de tickets, o más baños hubieran sido mucho más agradecidos que esas… pijadas si no se les va a dar una verdadera importancia y van a ser solo para decir “pues ahí estaban”.

La música lo cura todo desde luego y una vez que se ubica uno en el recinto la verdad es que la cosa iba bastante fluida.
Es de agradecer que un festival no se empeñe en llenar su cartel de bandas a lo loco creando la conocida incertidumbre en los asistentes de “a quién me pierdo”, y el agravio de que unos artistas tengan media hora escasa de actuación y otros hora y media, pero el gusto de poder disfrutar de actuaciones de una duración decente en esta ocasión trajo otro tipo de agravio.
Flipando con Angelus Apatrida
Desde luego que queremos tener en España a bandas como Bullet, que abrieron el festival más que decentemente, continuando con la corriente rejuvenecedora que iniciaron hace unos años Airbourne, por ejemplo, pero una vez que pasó el primer tramo del festi, en el que vivimos la enorme actuación de Angelus Apatrida y la de Valient Thorr, aparece el chovinismo que todos deberíamos sentir aunque solo sea en estos casos. Es evidente que nos gusta conocer bandas nuevas, pero para lo que nos dejó Valient Thorr creo que no somos pocos los que hubiéramos preferido tener un par más de bandas españolas que se hubieran comido de un bocado a quien se hubiera puesto por delante. Los de Albacete lo demostraron, con su actuación vinieron a decir “gracias por contar con nosotros, pero ya no estamos para actuar a estas horas” y el público contestó abarrotando el recinto para verlos y dispersándose para dejar a la parte curiosa de nuestro oído la atención a Valient Thorr, que no hicieron nada para que tengamos demasiadas ganas de volverlos a ver, porque en el sentido más macarra tenemos en España bandas para parar un tren y deberíamos exigirlo.
Por cierto, los que sigan pensando que Angelus están ahí por suerte, porque han logrado estar de moda y cosas así… deberían hacerse mirar esa envidia que, como dice mi amigo Oscar Sancho, es la admiración del necio.

Al rico pogo
Otra de las comodidades anunciadas por el festival era que el problema del asfixiante polvo se solucionaría con césped artificial. Aquí hay que aplaudir al que pensó que los que más se lo merecían eran quienes se agolpan en las primeras filas para absorber al máximo a sus ídolos (esos que se merecen un aplauso por parte de los artistas) el público más joven, que hubiera muerto si además de soportar el sol en la chepa tienen que estar respirando polvo en un 85%, pero los demás nos hemos traído a casa los pulmones llenos de barro. Eso sí, gracias por los manguerazos que nos refrescaron a primera hora y que a buen seguro evitaron algún que otro incidente (algo que sí se redujo a lo mínimo).

Seguimos pensando en cuántas bandas nacionales se merecen estar en un evento así mientras nos caía encima la primera (si no contamos el bolazo de Angelus Apatrida) de las actuaciones destacadas del día. Gojira simplemente se salieron, con austeridad pero con un peso y una profesionalidad a la altura de los más grandes. Posiblemente no sea el estilo que más me llene, pero ante la evidencia y la calidad hay que rendirse.
Ahora que utilizo la palabra profesionalidad me doy cuenta de la importancia que tuvo en el festival en sus dos jornadas, donde hubo que aplaudir en muchos casos este aspecto en bandas a las que simplemente vimos llegar, hacer su trabajo, y marcharse dejándonos contentos y enseñados en el arte de la frialdad bien entendida y la interpretación pura y dura.

Gojira, crema
La noche caía (cuánto hubiera agradecido Gojira la oscuridad) y llegaba Sôber para darnos el mejor sonido de esta jornada. He de reconocer que tenía dudas sobre la respuesta del público, de este público, ante los madrileños, dudas que se resolvieron a favor de la banda rápidamente, aunque siguen sin tener el ritmo “festivalero” en su repertorio, que mezcló sus fantásticos clásicos y las no menos buenas nuevas composiciones, que en un festival de estas características sufrieron la falta de maceración en las mentes de buena parte de los asistentes que sí disfrutaron de los temas antiguos abiertamente. Comentarios enfrentados iban y venían entre quienes se hallaban cerca de mí: por un lado los defensores del metal en castellano, por otro sus detractores; a un lado los fieles al apartado melódico de la banda, a otro los que se quedarían solo con sus riffs; los que piensan que en un festival deberían dar a sus fans otro tema en vez de un show de percusión, los que les pareció divertido… en fin, cosas que con bandas extranjeras no pasan. Pero sirva Sôber para seguir con nuestra demanda, casi cruzada, de bandas españolas de calidad (¿no cabían aquí Hamlet, Warcry, Uzzhuaia… o yo que se… Avulsed?) que no pueden quedar abocadas a los festivales, digamos, kalimotxeros.

Viendo la lista de bandas era evidente que el viernes era la jornada más bestia, o de metal más moderno, aunque estaba clarísimo que la organización había establecido un orden que garantizara que los fans estuvieran casi obligados a permanecer full time en el recinto. Solo así se entiende el orden y la mezcla de estilos repartidos en las dos jornadas (algo que agradecemos los que nos gusta el rock en todas sus vertientes). Recuerdo ahora a Carlos Escobedo diciendo desde el escenario que “eventos como este tenía que haberlos un fin de semana sí y otro también” y cómo muchos contestaron “sí, a 90€ sobre todo”. Desde luego pensar el beneficio que saca la organización del festival (entre la entrada y lo que bebimos la media por persona sobrepasa fácilmente los 150€; si asistimos unos setenta mil…, réstale cachés y pago a camareros y demás…) es para que aun nos duela más la salvajada de precios que te obligan a pagar por la bebida.

Fue agradable ver triunfar, de la forma que lo hizo, a Arch Enemy, con un show espectacular por parte de todos y cada uno de sus miembros (aunque eternamente se destaque a su asombrosa vocalista), agolpando ante ellos a todo el que seguía vivo por allí.
Llegamos al que era el plato fuerte del día, la actuación de Slash (Feat. Myles Kennedy) que si he de ser sincero, y por encima de mi debilidad por este guitarrista, casi acabó siendo Myles Kennedy & Slash, si no fuera (por poner una pega que no lo fue tanto) por la obligada sumisión de este extraordinario cantante a los registros de Axl Rose en la interpretación de los temas de Guns N’ Roses que nos pusieron a todos los pelos de punta. Perdonaremos la gamba en la entrada de la parte más cañera de “Paradise City” por el escuchar a manos de su intérprete original un “Sweet Child’O Mine” antológico. Guns N’ Roses… ¿Viviremos para volver a ver a esa banda como debe ser?

The Darkness... ¿eran "plumas" o "nieve"?
Mientras gran parte de los asistentes abandonaba el recinto yo me debatía con el cansancio acumulado ante las ganas de ver en directo a una banda que me cautivó con dos discos antes de desaparecer en el polvo… un polvo más caro que el que nos estaba asfixiando por aquel entonces, (muchas gracias al chavalote que se trajo de casa cientos de mascarillas para repartir). Pero… si yo me esperaba ver un espectáculo de hard/glam rock, con una buena banda de rock apoyando a un frontman a medio camino de Freddie Mercury o la ambigüedad de un Bowie en su buena época…  me encontré con Joselito. La frescura de la imagen perdida, la banda muy mejorable, y un cantante que ha perdido todo el camino intermedio entre su registro normal y el falsete que parecía salir ahora de su garganta agarrándose con las uñas. Las ganas de disfrutar de un concierto final, el ambiente festivo y un repertorio bien elegido para la ocasión (prácticamente centrado en su primer trabajo) salvaron su actuación, pero esta reunión… o necesita todavía mucho rodaje, o no era el mejor momento/lugar… o va a ser tan efímera como el éxito de “I Believe in a Thing Called Love”.

Tengo una pregunta ¿quién prefirió estar en la carpa oyendo pinchar clásicos enlatados en vez de ver los conciertos? Porque cuando estos acabaron y pinchaba el Pirata para continuar la fiesta lo entiendo, pero antes… lo que me lleva a pensar que en esa carpa podían haberse estado alternando conciertos de bandas españolas que seguro hubieran dado más dinamismo a los asistentes que nos tuvimos que tragar la discografía de Slipknot entre concierto y concierto. Un solo escenario NO, CACA. Pero claro… “la pela es la pela”… ¿no?

Llegaba el sábado con una sola cosa en la mente de las casi cincuenta mil personas que allí nos encontrábamos “Iron Maiden”, pero el que solo se centrara en eso se perdió mucho y muy, muy bueno.
Empezando con Hammerfall, la banda que tiró de la ya citada profesionalidad para abrir a pleno sol esta jornada y dejar un fantástico sabor de boca entre los valientes que allí quisieron empezar a sudar y a ser regados a manguerazo limpio.

Después los increíbles Mastodon volvieron a dejar claro que están un punto por encima de muchas de las nuevas bandas que han dado un giro al metal más agresivo.
Lo de Apocalyptica es caso aparte. Casi dos días de aguerridas distorsiones después hicieron que nos chocara el inicio de su actuación. Aquí hay que decir que ningún grupo (salvo quizá Sôber, Slash y más tarde Iron Maiden… poco más) disfrutó de un sonido decente hasta el tercer o cuarto tema. Pero siguiendo con los chelos el grupo suda sangre para levantar a la audiencia festivalera y hace que dudemos entre si da lástima o se agradece que un grupo que ya cuenta con una importante trayectoria tenga que soltarnos cuatro temas de Metallica para animar al personal, aunque estos fueran precisamente los que les dieran la vida en sus inicios. Otra actuación correcta de un grupo que hay que pillar en sala, porque molar, molan en vivo.

El comentario general de “yo a Dream Theater los quiero ver por ver cómo tocan, pero aburren…” se tradujo en una enorme masa humana que no se perdió la interminable demostración de virtuosismo de una banda de extraterrestres que nos presentaba a su flamante nuevo batería, evidentemente otro monstruo. La palabra no es que aburran, es que abruman, y eso que salieron bastante triunfantes y dejando al público más que satisfecho.

Casi una hora tardaría en estar listo todo el montaje que nos trajo el vuelo 666 que nos dejaba en Getafe a la banda por antonomasia del heavy metal. El “Doctor, Doctor” de UFO nos ponía las orejas de punta desde los altavoces y un recinto ahora ya a reventar recibía como se merece la actuación de Iron Maiden.
The Number Of The Beast
Eso sí, tras la sublime intro del nuevo disco… la explosión de júbilo general al tener por fin delante a Bruce, Steve y compañía se fue disipando entre los temas más recientes de la banda, que hay que seguir asimilando para que puedan llegar a causar algo mínimamente parecido a cuando los telones que iban ilustrando el fondo del escenario dejaron ver a Eddie portando la bandera británica, una imagen (“The Trooper”) en este caso valía más que cuatro temas nuevos. Si bien los clásicos que nos hicieron entrar en éxtasis estuvieron bien elegidos… creo que no soy el único al que acabar con “Running Free” le resultó como un polvo sin cigarrito. Nos quedaremos con las palabras de Bruce, “hay quien cree que Final Frontier es la gira final de Maiden… se equivocan”, para soñar con gritar al viento (scream for me Madrrrrrid!!!) nuestro querido “Run To The Hills”.

La avalancha posterior fue descarada, éxodo que abarrotó las barras, arrasó con todo tipo de bebidas (literalmente, vino y agua desaparecieron) y dejó una estampa mucho más cómoda, sin perder tintes de muchedumbre, para recibir las tres últimas actuaciones del festival.
Eddie
Primero viajamos a los ochenta con Twisted Sister que le pusieron ganas y dejaron un bolo que sus fans recordarán mucho tiempo y que a los demás, los que nos retiramos un poco, nos provocó una sensación de contagio de película, me explico: la música de la banda nos estaba acompañando de fondo hasta que empezó a sonar “Huevos Con Aceite”, como conocemos en España “We’re Not Gonna Take It”, y su estribillo se fue extendiendo hasta a los que estaban en la zona del mercadillo y todo el recinto se vio a sí mismo coreando el tema. “The Price” y “I Wanna Rock” tuvieron un efecto similar pero ya menos impactante.

Más tarde la brújula apuntó a los setenta y el daño que parecía haber hecho la cancelación de Alice Cooper pasó a ser sorpresa y deleite para los que descubrieron y para los que sabían que iban a disfrutar con Uriah Heep. Una pasada de bolo con la sensación hipnótica que solo te puede provocar el sonido de esa década.
Para terminar de la mejor forma el festival no fuimos pocos los que decidimos ignorar la media hora de retraso que se arrastró desde el final de Maiden para disfrutar de un gran concierto de Lacuna Coil. La banda italiana supo administrar su papel y el horario que les tocó para dejarnos con la mejor sensación posible tras su actuación que levantó hasta al más escéptico y al más derrotado gracias a sus ritmos más bailables, la actitud de sus líderes, un sonido potente, y… cómo no, la adoración del macho heavy por la señorita Scabbia, que demostró una vez más que su voz y su personalidad en escena están por encima de su belleza.

Ya reventados completamente, escuchando de fondo al Basa que estuvo pinchando hasta altas horas de la madrugada, abandonamos el recinto camino a casa, satisfechos, cansados, sonrientes, empapados, sucios… de puta madre, vamos, un año más... pero se puede seguir mejorando mientras quede vida en el que casi es el único festival de estas características (de metal nivel1 de cabo a rabo) que nos queda.

¿A qué venía el título de la entrada? Pues tanto a la reflexión de las bandas españolas como a… mirad los carteles de Sonisphere en el resto de Europa…